- Días atrás, el premier de la Federación Rusa, Vladimir Putin, desestimó la responsabilidad de las actividades humanas en el origen del cambio climático.
- En regiones de latitudes más altas, como Rusia, el cambio climático podría traer beneficios netos de subir hasta 2 o 3 grados centígrados la temperatura promedio.
- El rápido aumento de las temperaturas en las regiones polares impactará los patrones del comercio, el transporte y la energía.
- El negacionismo del cambio climático antropogénico acerca a Rusia y a Estados Unidos, y pone sobre la mesa los intereses de ambos gobiernos en la región del Ártico.
Por María Eugenia Testa y Ana Norkus
«El concepto de calentamiento global fue inventado por los chinos para lograr que la industria norteamericana dejara de ser competitiva«, rezaba un tuit del entonces candidato en campaña y ahora presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Y más preocupante que sus palabras fueron los hechos que las sucedieron. Una vez en la Casa Blanca, Trump puso al mando de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) al escéptico del cambio climático Scott Pruitt. Tiempo después, el primer mandatario desmanteló el Clean Energy Plan, que el ex presidente Barack Obama había establecido para recortar las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del sector energético[1].
En la misma línea se expresó días atrás el premier de la Federación Rusa, Vladimir Putin, quien restó responsabilidad a las actividades humanas en el origen del cambio climático.
«El calentamiento ya empezó hacia los años 1930,» dijo Putin en su visita al Ártico. «En esa época no había factores antropológicos como las emisiones y el calentamiento ya había empezado. El asunto no es cómo frenarlo (…) porque es imposible, ya que podría estar vinculado a algunos ciclos globales en la Tierra. El desafío es cómo adaptarse«. En ese contexto, el mandatario subrayó que esta zona del planeta se trata de la mayor reserva de materia prima para Rusia.
De acuerdo al informe Stern, en las regiones de latitudes más altas, como Rusia, el cambio climático podría traer beneficios netos de subir hasta 2 o 3 grados centígrados la temperatura promedio, con rendimientos agrícolas más altos, menor mortalidad invernal y un impulso potencial para el turismo[2].
El rápido aumento de las temperaturas en las regiones polares impactará los patrones del comercio, el transporte y la energía, surgiendo rutas alternativas. Los planes rusos para desarrollar el yacimiento de gas de Shtokman en alta mar e instalaciones de exportación derivada, por ejemplo, dependen en gran parte de una vía fluvial navegable.
El interés geoestratégico de Rusia sobre el Ártico ya fue explicitado en el documento oficial “Concepto de la Política Exterior de la Federación Rusa” aprobado por Putin en 2013, que además de destacar lo fundamental de la cooperación regional con el resto de los estados árticos, hace especial hincapié en respetar la soberanía de cada uno sobre sus jurisdicciones en la zona. En este sentido, Rusia ha desplegado progresivamente sobre la región una importante presencia militar, teniendo como premisa principal la protección de sus recursos naturales –y su posterior exclusividad de explotación- especialmente en términos energéticos: petróleo y gas natural.
Teniendo en cuenta que el Ártico posee aproximadamente un 13 por ciento de los recursos petrolíferos y el 30 por ciento de los yacimientos de gas del mundo aún sin descubrir y explotar[3], el interés ruso por monopolizar la región ha crecido exponencialmente y ha puesto en alerta al resto de los países del círculo polar, quienes también buscan reivindicar su soberanía en la región. Especialmente para los Estados Unidos bajo la presidencia de Trump, ya que su país es miembro permanente del Consejo Ártico. Esta semana, el actual madatario iniciaría el proceso por el cual se dejará sin efecto el bloqueo que estableció Barack Obama a las concesiones de perforación para petróleo y gas en el Atlántico y el Ártico.
El alto valor económico del Ártico ha llevado a Rusia a presentar ante la Organización de Naciones Unidas (ONU), por segunda vez, el pedido de extensión de sus límites de plataforma continental –primero en 2001 y luego en 2015- siguiendo los mecanismos de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. De ser aprobado el pedido, la plataforma rusa se extendería en un total de 350 millas marinas de la costa, lo que implica un crecimiento sustancial en su área de influencia.
Esta situación permitirá ejercer cada vez con más fuerza un control preferencial en las nuevas rutas de navegación, surgidas por la disminución de la capa de hielo en el Ártico como consecuencia del cambio climático, y la consecuente explotación de los recursos hidrocarburíferos allí presentes. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), la región del Ártico se calentará más rápidamente que la media global para final de siglo, por lo que la cubierta de hielo seguirá menguando y haciéndose más delgada[4]. Es en este contexto y con estos antecedentes se enmarca el negacionismo de Putin.
Rusia es el quinto emisor mundial de gases de efecto invernadero, representando el 5,03 por ciento[5] de las emisiones globales. Y si bien el país presentó en 2015 su contribución prevista y determinada a nivel nacional sobre emisiones de gases de efecto invernadero (INDC por sus siglas en inglés) ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) en el contexto de las negociaciones previas al Acuerdo de París, aún no ha ratificado este instrumento internacional.
En su INDC, Rusia se comprometió a reducir sus emisiones en un 50 por ciento para el año 2050 y entre un 25 y 30 por ciento para el 2030, ambos objetivos en relación a sus emisiones del año 1990 (año base). Pero a pesar de estas metas, Rusia tiene margen para seguir creciendo a costa del incremento de sus emisiones gracias al año base escogido. La caída de la Unión Soviética en la década de 1990 y el posterior desempeño de la economía interna del país hacen que la trayectoria de sus emisiones sea muy diferente a la de los países desarrollados.
Según las últimas cifras de inventarios de gases de efecto invernadero[6], los niveles de emisiones en 1990 fueron más altos que en cualquier otro período en el último cuarto de siglo. La trayectoria de las emisiones de Rusia le da un amplio margen para seguir haciendo como hasta ahora sin comprometer significativamente el crecimiento de emisiones en los papeles. En esta línea, sus emisiones reales podrían aumentar en un 40 a 50 por ciento en 2030.
Al igual que los Estados Unidos y su relación con el cambio climático, Rusia ha mostrado una actitud errática: a diferencia de la posición actual, fue la ratificación rusa en noviembre de 2004 la que permitió la entrada en vigor del Protocolo de Kioto.
Hoy es el negacionismo del cambio climático antropogénico el que acerca a Rusia y a Estados Unidos; y la región del Ártico, debido al derretimiento de sus hielos, será un nuevo escenario de encuentros y desencuentros entre las dos viejas potencias enemigas.
[1] Por estos días, el gobierno de Donald Trump está decidiendo que hará EEUU con respecto al Acuerdo de París en base a su promesa de campaña de salirse del pacto internacional.
[2] El Informe Stern también da cuenta de los efectos negativos del cambio climático en la región, entre ellos los efectos negativos que se manifiestan en el deshielo de la capa congelada permanentemente y las inundaciones de zonas vulnerables, las amenazas a la salud pública por la propagación de enfermedades, el transporte en invierno en el norte, y la fauna silvestre, en particular el oso polar. También pueden verse las proyecciones del IPCC.
[3] Datos del United States Geological Survey: http://geology.com/articles/arctic-oil-and-gas/
[4] Contribución del Grupo de Trabajo I al Quinto Informe de Evaluación del IPCC. Bases físicas. 2013
[5] World Resources Institute