- Desde hace décadas, la industria textil está cuestionada por violaciones a los derechos humanos y laborales, como el trabajo esclavo, y por sus graves y crecientes impactos ambientales.
- El modelo de negocios de la industria textil implica un uso irracional de los recursos, al estar basado en el consumo y descarte cada vez más acelerado de las prendas.
- El uso de sustancias químicas peligrosas para el ambiente y la salud contamina los cursos de agua de los países productores y de aquellos donde se consumen y lavan esos productos.
Por Lorena Pujó, @Lo_Pujo
En los años noventa, la empresa Nike fue denunciada por vender en Estados Unidos zapatillas a cientos de dólares fabricadas en Indonesia por niños que cobraban centavos de dólar la hora de trabajo. En 2013, colapsó un edificio de ocho pisos en Savar, capital de Bangladesh, que albergaba fábricas de indumentaria. Más de 1.100 personas murieron y cerca de 2.500 resultaron heridas. Este desastre, conocido como el del Rana Plaza, dejó nuevamente en evidencia las precarias condiciones laborales y ambientales en uno de los países que producen masivamente para las principales marcas a nivel internacional, aunque ninguna de esas empresas era propietaria de las fábricas colapsadas.[1]
Las grandes marcas hoy compran a proveedores o han mudado su producción de los países de origen en Europa o Estados Unidos a otros como China, India, Bangladesh, Indonesia, Pakistán, Tailandia y México, donde los costos son más bajos y las regulaciones laborales y ambientales más laxas.
Desde el punto de vista ambiental, uno de los principales impactos es la propia lógica de la industria y su dependencia a altos volúmenes de ventas y consumo, especialmente lo que se conoce como “fast fashion” o «moda rápida». Cada año se fabrican en todo el mundo alrededor de ochenta mil millones prendas, es decir, unas once prendas al año por cada habitante del planeta.[2] Esta utilización irracional de recursos naturales está impulsada por las empresas bajo el modelo de la economía lineal, es decir fabricar, vender, usar y tirar, sobre todo ropa a bajo costo y contrario a la nueva economía circular.
Por otro lado, si bien la contaminación a gran escala de la industria textil no es novedosa, el creciente uso de productos químicos persistentes, perjudiciales para el ambiente y la salud, en países con regulaciones débiles ha crecido en las últimas décadas. Especialmente el “procesamiento húmedo” que incluye el teñido, lavado, impresión y acabado de telas genera grandes cantidades de aguas residuales que contienen sustancias tóxicas. Así, no sólo se contaminan los cursos de agua de los países donde se fabrican, afectando a trabajadores y comunidades locales. También aquellos en países que han prohibido determinadas sustancias, pero donde ingresan a través del lavado cuando las prendas llegan a los consumidores. [3]
Por ese motivo, las empresas deben avanzar en reducir progresivamente el uso de las sustancias más peligrosas, por su persistencia, bioacumulación o toxicidad, eliminando las fuentes de contaminación en origen. Así se podrán dar pasos para cumplir el objetivo del Plan de Implementación de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Johannesburgo de 2002, que estableció la minimización hacia 2020 de los efectos adversos significativos para el medio ambiente y la salud humana de los productos químicos que se utilicen y produzcan.
[1] Algunas son H&M, Inditex, C&A, , Marks & Spencer, Primark, El Corte Inglés, jbc, Mango, Carrefour, Aldi, New Look, Benetton, N Brown Group, Stockmann, WE Europe, Esprit, Rewe, Next, Lidl, Hess Natur, Switcher, A&F, Uniqlo, Theory, GAP20 y Wal-Mart.
[2] https://www.theguardian.com/books/2011/jun/12/to-die-for-lucy-siegle-review
[3] http://www.greenpeace.org/international/en/publications/reports/Dirty-Laundry/